La llamada de esperanza
Hace unas semanas, recibí una llamada de una clienta que me preguntó si podía ir a darle reflexología a su tía, quien padecía de Alzheimer. Me comentó que tenía la esperanza de que la terapia le sería beneficiosa. Con ese delicado y complicado diagnóstico, vinieron a mi mente muchas preguntas: ¿en qué etapa estaría esa persona?, ¿toleraría la terapia?, ¿cómo la llevaría a cabo? A pesar de mis dudas, le dije que sí, que iría a verla.
La Primera Cita
Llegó el día de la cita y, junto al esposo de “Marta” (nombre ficticio), acudí al hogar de ancianos donde la cuidaban. Llevé mi camilla, mi equipo y varios aceites esenciales. Mi mente estaba llena de posibilidades de tratamiento y mi corazón rebosaba con el más grande anhelo de poder apoyarla. Por fin, me encontré con Marta cara a cara: una mujer de tan solo 69 años, con Alzheimer en etapa avanzada. Tenía la mirada perdida, un bruxismo ensordecedor y una ansiedad que la hacía hablar constantemente, emitiendo palabras, frases y llantos sin sentido.
Comienzo de la Terapia
Acomodamos a Marta en mi camilla y preparé todo para comenzar la sesión. Le quité las medias para poder trabajar y sus pies estaban cerrados y rígidos, con todos los dedos enrollados como si fueran un puño. Comencé poco a poco a tocar su pie derecho, solo donde ella me permitía, ya que estaba hipersensible al contacto físico. Entendí que para trabajar con ella debía hacerlo sin seguir un protocolo estricto, sino de manera intuitiva. Noté que no toleraba que le tocara los dedos, ya que estos representan su cabeza y cerebro. Sin embargo, sí me dejó tocar sus talones y le gustó que pasara mi mano suavemente por el dorso de su pie. Así que empecé por ahí.
El Primer Milagro
Con mucha paciencia, fui ganando terreno en su pie y pude ir estimulando las diferentes áreas reflejas, especialmente las relacionadas con la relajación. En esta primera visita, mi misión era lograr que se relajara para que pudiera descansar. Después de aproximadamente 25 minutos de estimulación, me disponía a moverme hacia su pie izquierdo. ¡Cuál no fue mi sorpresa cuando, al levantar la mirada, vi que Marta se había quedado dormida! ¡No lo podía creer! Lo más maravilloso fue presenciar cómo su bruxismo y el rechinar de dientes se detuvieron. Pudo relajar su boca, su cuerpo y sus pies se abrieron y se relajaron. ¡Qué bendición!
La segunda cita
A la semana siguiente, regresé para otra sesión. Esta vez quería lograr algo más que relajación, anhelaba una conexión con ella. Todo terapeuta necesita conexión con su cliente: ese intercambio de almas y espíritu. Cuando iba de camino al hogar de Marta, le pedí a Dios que me mostrara si debía seguir tratando a Marta. Quería estar segura de que ella recibiera bienestar y, sobre todo, que le fuera agradable. Entré a su cuarto con su esposo y la colocamos en mi camilla. Cuando vi a Marta frente a frente, me quedé sorprendida: la mirada de Marta ya no estaba perdida, tenía propósito. Fijaba sus ojos en su esposo, al cual miraba con la ternura y amor de una adolescente enamorada. Algo que no vi la primera vez que la atendí. Algo había cambiado para bien.
Conexión y gratitud
Esta vez Marta estuvo más receptiva a la terapia y sus pies ya no estaban cerrados. No se durmió, pero estuvo más enfocada y atenta, con periodos en los que cesó el rechinar de dientes y permaneció en silencio, observándome. Al terminar la terapia, el esposo de Marta salió de la habitación para buscar a la enfermera y que nos ayudara a cambiarla de mi camilla a su silla de ruedas. Así que pude quedarme unos minutos a solas con ella. Sentía tanta compasión por esta mujer, tan joven y verla en las condiciones en que estaba. Le acaricié la cabeza y le susurré al oído: “Dios está contigo aquí, no estás sola.” Para mi sorpresa, Marta me dijo: “¡Gracias!” Le pregunté: “¿Quieres que siga viniendo?” Me contestó: “Sí” y me lanzó un beso.
Reflexiones finales
No puedo describir lo que sentí en ese momento. Fue como ser testigo de un milagro. Lograr conexión con Marta, una oración contestada, darle un tiempo de descanso a su mente y a la rigidez de su cuerpo, fue algo demasiado grande para mí. No hay dinero ni precio que valga lo que significaron esas palabras de Marta, cuando se escaparon por un momento de una enfermedad tan desoladora. Con la reflexología, a Marta le llegó la calma. Con la calma, desaparecieron el bruxismo y el rechinar de dientes, y después, llegó la mirada y un instante de conexión… un viaje al aquí y al ahora. Para mí, fue un reality check que me confirmó por qué hago lo que hago. Esa sensación reconfortante, esa que te da la seguridad de saber para qué estás aquí en la vida.
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